dilluns, de gener 16, 2006

Glamour y ruina en Africa: el precio de la caridad, Por Paul Theroux

Paul Hewson -que se llama a sí mismo "Bono"- tal vez puede entonar una melodía. ¿Y lo demás? Aunque probablemente existan cosas más irritantes que recibir lecciones sobre el desarrollo de Africa de parte de un astro de rock irlandés semi educado al que se le paga en exceso, con un nombre tonto y un sombrero de cowboy, en este momento no se me ocurre ninguna. Si la Navidad, que es la época de las historias lacrimógenas, me ha convertido en Scrooge, reconozco la contraparte dickensiana de Bono en la señora Jellyby, de Bleak House. Al insistir todo el tiempo en hablar de su aldea adoptiva de Borrioboola-Gha, "en la orilla izquierda del río Niger", la señora Jellyby trata de salvar a los africanos financiándolos para "tornear patas de pianoforte y exportarlas", y fastidia a todo el mundo para conseguir donaciones de dinero.
El destino de Africa parece haberse convertido en un teatro de palabras y gestos públicos vacíos. Pero lo que resulta notable en las celebridades comprometidas con mejorar la situación de Africa es la necesidad de mejorar sus propias imágenes. La gente que trata de arreglar las cosas en Africa tiene más deficiencias que Africa. La idea de que Africa está fatalmente aquejada y sólo puede ser salvada por las celebridades y los conciertos Feed the World es de una presunción destructiva y engañosa.
Los que nos comprometimos a ser maestros del Cuerpo de Paz en las zonas rurales de Malawi hace más de cuarenta años nos sentimos consternados por nuestras visitas ulteriores y por todas las historias que hemos leído sobre ese desdichado país. Pero más aún nos consternan casi todas las soluciones propuestas. No me refiero a la ayuda humanitaria o a la prevención y educación sobre el sida o las drogas disponibles. Tampoco me refiero a los emprendimientos en pequeña escala y estrechamente controlados, como la escuela de Oprah o la Aldea de los Niños de Malawi. Me refiero a la plataforma More Money. Esa parecía ser en un momento la respuesta. Pero ya no. No enviaría dinero particular a una obra de caridad ni ayuda externa a un gobierno salvo que se diera cuenta del empleo de cada dólar... y eso es algo que no ocurre nunca. Tirar más dinero de esa vieja manera no sólo es un desperdicio, sino también algo estúpido y perjudicial, y también implica ignorar algunos temas obvios.
Estados fallidos
Malawi está peor educado, más plagado de enfermedades y de malos servicios, más pobre de lo que era cuando yo viví y trabajé allí a principios de la década de 1960, pero no es por falta de ayuda externa o de donaciones de dinero. Malawi ha sido beneficiado por muchos miles de maestros, médicos y enfermeros extranjeros, y por grandes sumas de ayuda financiera y, sin embargo, ha declinado, pasando de ser un país prometedor a un Estado fallido.
A principios y mediados de la década de 1960, creeríamos que muy pronto Malawi sería autosuficiente con respecto a la cantidad de maestros. Y lo hubiera sido si durante décadas no hubiéramos seguido enviando maestros del Cuerpo de Paz. Los malawianos les dieron la bienvenida porque eso significaba que los estadounidenses enseñarían en las escuelas rurales -algo que los malawianos aborrecían hacer- abriendo el camino así a que los malawianos educados pudieran emigrar. Los malawianos eludían la enseñanza porque el pago y el estatus de esos cargos eran muy bajos. Cuando se estableció la universidad de Malawi, se les dio la bienvenida a más maestros extranjeros (porque iban gratis) y, por razones políticas, pocos de ellos fueron reemplazados por malawianos. El dinero también era un problema, aunque nunca hubo escasez de Mercedes Benz ministeriales. Los instructores médicos también llegaban del extranjero. En Malawi empezaron a graduarse enfermeras, pero eran seducidas por las propuestas de trabajo en Inglaterra y Australia y Estados Unidos, lo que significó que en Malawi fueran necesarias más enfermeras extranjeras. Las enfermeras del sur de Africa constituyen la columna vertebral del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido.
Cuando el ministro de Educación de Malawi se robó todo el presupuesto educativo, de millones de dólares, en 2000, y el presidente de Zambia se robó una suma aún mayor un año más tarde, y Nigeria dilapidó su riqueza petrolera, ¿qué ocurrió? Bono y otros simplificadores de los problemas de Africa no dejaron de reclamar alivio de la deuda y más ayuda. Tuve una respuesta evasiva cuando durante una conferencia en la Fundación Gates señalé el éxito de las políticas responsables en Botswana, comparando el caso con la cleptomanía de sus vecinos, los cientos de millones malversados en Zambia y Malawi. Los donantes estimulan esta conducta al pasar por alto el mal gobierno y las verdaderas causas del fracaso de esos países. Gates ha dicho cándidamente que quiere librarse de su carga de billones de dólares. Bono es uno de sus asesores de confianza.
Gates quiere enviar computadoras a Africa: una idea improductiva, por no decir demencial. Yo ofrecería lápices y papel, estropajos y escobas: las escuelas que he visto en Malawi tienen gran necesidad de esos artículos. No enviaría más maestros. Esperaría que los malawianos se quedaran a enseñar. La Escuela de Medicina de la Universidad de Zambia ha formado miles de médicos y enfermeras, pocos de los cuales se quedan en el país. Hace apenas diez años Zimbabwe era próspero, con superávit de alimentos. Hoy es una ruina, porque las destructivas políticas del presidente Mugabe provocaron la expulsión de los granjeros y el exilio de los obreros calificados.
Los países africanos no carecen de recursos humanos. No son los casos incurables que parecen ser. Han sido desmoralizados por los malos gobiernos y subvertidos por los donantes, las agencias asistenciales, la urbanización descontrolada y el craso materialismo de la intromisión del mundo. Las montañas de ropa usada que usted envía allí cada Navidad han destruido la industria textil africana, la miseria que se les paga a los africanos por sus cosechas comerciales -café, azúcar, tabaco y té- ha sido ruinosa para la agricultura. En mi época, Malawi era un lozano país boscoso de tres millones de habitantes. Ahora es una tierra débil y deforestada con doce millones de habitantes; sus ríos están obstruidos por los sedimentos y cada año sufre inundaciones brutales. Se talaron los árboles para usarlos como combustible y despejar la tierra para la siembra destinada a la subsistencia. Durante sus primeros 40 años de existencia, Malawi tuvo dos presidentes: el primero, un megalómano que se autodenominaba "el mesías"; el segundo, un estafador cuyo primer acto oficial fue acercar su gordo rostro al dinero. Hace dos años, un nuevo hombre, Bingu wa Mutarika, inauguró su régimen anunciando que iba a comprar una flota de Maybach, uno de los autos más caros del mundo.
Muchas de las escuelas en las que enseñamos cuarenta años atrás están ahora en ruinas... cubiertas de graffiti, con las ventanas rotas, en medio de pastos crecidos. El dinero no arreglará eso. Un amigo malawiano que ocupa un alto cargo me pidió una vez jovialmente que mis hijos fueran a enseñar allí. "Sería bueno para ellos". Por supuesto que sería bueno para ellos. Enseñar en Africa es una de las mejores cosas que hice en mi vida. Pero parece que nuestro ejemplo sirvió de poco. Los hijos de mi amigo malawiano, por supuesto, están trabajando en Estados Unidos y en Inglaterra. A nadie se le ocurre estimular a los mismos africanos a asociarse con los voluntarios. Hay en Africa muchos adultos jóvenes educados y capaces que podrían hacer las cosas mucho mejor que un trabajador del Cuerpo de Paz.
Africa es un lugar hermoso... mucho más hermoso, más pacífico, con más capacidad de recuperación y, aunque no próspero, más autosuficiente que lo que señalan las descripciones habituales del continente. Pero como Africa parece tan inconclusa y tan diferente del resto del mundo -un paisaje en el que una persona puede bosquejar una nueva personalidad- atrae a mitómanos, a personas que quieren convencer al mundo de que son dignos y buenos. Esa gente viene en cualquier formato y sus figuras se agigantan. Las celebridades que se entrometen en Africa se agigantan especialmente. Hace poco, al ver a Brad Pitt y Angelina Jolie en Sudán abrazando a niños africanos y sermoneando al mundo sobre la caridad, la imagen que inmediatamente apareció en mi cabeza fue la de Tarzán y Jane.
Bono, en su rol de señora Jellyby con sombrero de cowboy, no sólo cree tener la solución de los males de Africa, sino que grita tan fuerte que otras personas también parecen creer en sus soluciones. De manera absurda, Bono viajó en 2002 a Africa con el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Paul O´Neil, en una gira por las capitales africanas. El tema de su perorata era la condonación de la deuda. Recientemente almorzó en la Casa Blanca, donde cotorreó sobre la plataforma More Money y sobre la manera en que los países africanos son completamente inútiles.
¿Pero lo son? Si Bono hubiera observado detenidamente Malawi hubiera visto una encarnación más temprana de su Irlanda natal. Ambos países se caracterizaron por siglos de hambruna, luchas religiosas, enfrentamientos internos, soberbios jefes de clan, desnutrición, cosechas perdidas, antiguas ortodoxias, sociabilidad tediosa, maltrato infantil, problemas dentales y un clima espantoso. En Malawi cundía un resentimiento similar, fue colonizado como Irlanda por ausentes señores británicos, y también estaba colmada de clérigos. Hasta hace pocos años, en Irlanda no se podían comprar preservativos legalmente ni uno se podía divorciar, aunque (igual que en Malawi) la cerveza se conseguía fácilmente en grandes cantidades y la ebriedad era una maldición nacional. Irlanda, la isla de la inacción, "la cerda que se come a su cría", según Joyce, era el Malawi de Europa, y por muchas razones idénticas, su principal exportación eran los inmigrantes, obreros y charlatanes.
Produce cierta melancolía pensar que para muchos africanos es más fácil viajar a Nueva York o a Londres que al interior de su propia tierra. Como el tío Manny y la tía Ruth enviaron una postal de un león desde Nairobi, uno piensa que han estado en todo Kenya. Pero gran parte del norte de Kenya es una zona sin acceso. No hay avión y casi ninguna carretera para ir a la ciudad fronteriza de Moyale, en el límite con Etiopía, donde encontré tan sólo camellos flacos y bandoleros errantes. El oeste de Zambia está fuera del mapa, el sur de Malawi es terra incognita, el norte de Mozambique es todavía un mar de minas terrestres. Pero es bastante fácil salir de Africa. Un estudio reciente del Banco Mundial ha confirmado que la emigración al Primer Mundo de gente calificada de países africanos de pequeño o mediano tamaño ha sido desastrosa.
Africa no tiene verdadera escasez de recursos humanos. Carece de confianza en sí misma y, en general, carece de liderazgo. Una vez más, Irlanda podría ser el modelo de una solución. Después de siglos de anhelar marcharse a otros países, los irlandeses descubrieron que, en vez de mendigar ellos mismos, podían cambiar las cosas. La educación, un gobierno nacional, la gente que se queda en el país y la simple diligencia han permitido que Irlanda deje de ser un caso perdido y se convierta en una nación próspera. En una palabra -¿me escucha, señor Hewson?-, los irlandeses han demostrado que hay algo bueno en quedarse en casa.
Por Paul Theroux.